Querida madurez:
Tocaba ya escribirte a ti…
¿Sabes? No sé por qué a ti, edad adulta, te llamamos también “madurez” como si
toda la gente madura fuera adulta, como si todos los adultos fueran maduros.
Yo aseguro que soy adulta.
Mi nivel de madurez depende de a quién se le pregunte y en qué momento. Pero,
bueno, aunque en el encabezado te llame madurez, me refiero a ti, edad adulta.
Llevo casi dos años contigo. Te he estudiado y analizado y he llegado a mi
conclusión.
Antes de llegar a ti, los
adultos que nos rodean te pintan como una etapa maravillosa, libre, una etapa
en la que se puede decidir prácticamente todas tus acciones… Algo lleno de
felicidad, digno de esperar y vivir. Y efectivamente, decido yo mis actos, pero
no las consecuencias. Es decir, no tengo que rendir cuentas de todas mis
acciones ante padres o profesores, ahora tengo que hacerlo ante más gente aún:
jefes, padres, profesores, amigos de la infancia, familiares…
Aunque
se tenga más obligaciones, desde luego, tienes tus partes buenas. Contigo se
aprende a analizar las cosas objetivamente, es decir, no sólo se ve lo bueno o
lo malo, sino que se ve ambas partes. Uno aprende a controlar su ira o
frustración ante lo malo y la euforia ante lo bueno.
A ti no te voy a proponer
ningún trato porque, conociéndote, eres capaz de hacérmelo firmar ante notario
y es demasiado papeleo. Solo espero que mi tiempo de convivencia contigo mejore
y sea tranquilo y lleno de experiencias memorables. No me hagas separarme de la
gente que me importa, por favor.
Se despide cordialmente,
Lisístrata.