Freddo.
Ha quedado claro que no sólo el frío nos vuelve insensibles. Una mala noticia, un amor extraviado, una pérdida cercana... Hay muchas cosas que nos vuelven frágiles y pequeños, pero, a veces, también nos pueden impulsar a que apretemos el interruptor y apaguemos la luz. Se puede decir que se construye una fortaleza alrededor, el de dentro no puede salir y los de fuera no pueden entrar. Pero siempre se intenta buscar por ambas partes una grieta en el fuerte. El de dentro la busca para sentir algo como felicidad, haciendo cosas que le llenan; culpabilidad, despreciando a las personas que intentan acercarse; soledad, alejando a todos mediante la creación de fosos y dejándoles allí, como si fuesen enemigos; te montas en la atracción más peligrosa, fumas, bebes, besas a desconocidos, te juntas con malas compañías, intentas provocar tus lágrimas, huyes de la gente que conoces, haces cosas que antes te avergonzaban. Y cualquier chispa de algún sentimiento se convierte en un rayo de luz. En cambio, los de fuera intenta sacarte de allí y ese es un trabajo de valientes, pues se arriesgan a que el frío les toque el corazón también. Pero, ¿acaso no merece la pena volver a ver reír a la persona que quieres y darse cuenta de que es por ti? ¿Que vuelva a enamorarse de la vida? ¿Que el color retorne a sus mejillas?
Y ahí están los verdaderos y permanentes rayos de sol. No en perderte a ti misma realizando cosas inconscientes, ni detrás de una pantalla llena de ganas de ver a la persona con la que se habla, no contando tu vida en alguna red social a un montón de personas que no te conocen, sino en una sonrisa cálida, unos ojos vivaces, un hombro sobre el que llorar y un abrazo de esos que curan mil males y derrumban tu fortaleza, convirtiéndola en ruinas.
Desde Madrid,
Patri.
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