Querida adolescencia:
Sé que ahora estarás
comprobando que esta carta tiene el mismo remitente y la misma firma que la
carta que recibió Infancia hace uno o dos días y estarás pensando cómo reflejar
tu enfado al ser la segunda, cómo dejar claro que tú ya no eres tan inocente y
que te das cuenta de las injusticias, de las desigualdades.
Tú llegaste demasiado pronto
a mí. Te precipitaste al ver tanto dolor, tanto silencio ante tantas cosas… Y
pasé grandes momentos contigo, me divertí superando grandes retos, me
entretuviste con ideas rebeldes para protestar con lo que nos parecía injusto. Me
enseñaste a ver la parte mala y a luchar por cambiarla con los medios
disponibles, a tratar de superar las adversidades. Cada instante contigo fue
intenso, inolvidable, increíble…
Pero tú siempre te empeñas
en creer que tú eres la única capaz de ayudar a los jóvenes, les enemistas con
mucha gente que puede que sólo quiera ayudar, sólo eres capaz de ver lo malo,
crees que fijarse en lo bueno es algo propio de Infancia, no tuyo…
En vez de disfrutar los
últimos años sin apenas obligaciones, te obcecas en quejarte de que aún no te
tratan como la adulta que crees que eres. ¡Carpe diem, Adolescencia!
E, igual que a Infancia le
propuse un trato, a ti te propongo otro. Va con toda mi buena voluntad, no
pretendo herirte… tú no alejas a mis hijos de mí, no les haces tener una visión
lejana de mí, les recuerdas en todo momento que yo siempre estaré con ellos
para lo que necesiten (un hombro sobre el que llorar, un regazo sobre el que
reflexionar, un oído sobre el que desahogarse…) y yo les invitaré siempre a
hacer las locuras que sé que te gustan tanto. ¿Sí? No me falles, ¿eh?
Se despide, una rebelde que
nunca te olvidará.
Lisístrata.
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