jueves, 4 de mayo de 2017

Momentos.

El otro día, Sastres, estuve pensando en momentos y escribí (en distintos días) varios textos sobre algunos momentos cruciales en mi día a día, en mi vida. Espero que alguno de vosotros se sienta identificado...

Ese momento en que chocas por vez número 15 con lo mismo. Ese momento que vuelves a apoyarte en eso que te impide avanzar gritando en tu interior "¿por qué me cae esto a mí también? ¿Acaso no hay otra persona a la que arruinar la vida, Destino?" O "Casualidad", a gusto de cada uno... Ese momento en que la gente se deprime y se rinde.
Ese es el momento, el único momento, en el que yo me permito llorar. Cuando lloro no busco que nadie me consuele. Nadie. Si me ves llorar solo quédate a mi lado, pero no te muevas. Espera que se me pase, porque se me pasará. Es mi forma de marcar un punto. Una vez pasado el llanto vendrá la ira, en ese momento busca una excusa y aléjate de mí por unos 15 o 20 minutos. Será mejor para ti. Tranquilo, dicen que después de la tormenta siempre llega la calma. En mi caso llega la determinación. "¿Tengo que pasar por esto? ¡Bien! ¿Quién lo dice? ¡Siéntate y observa cómo supero tu obstáculo con una sonrisa!" Ese momento es en el que vuelvo a ser la que  acostumbro a ser: una chica con un objetivo, directa, luchadora, centrada, pero, ante todo, sonriente. Porque el momento en el que alcanzo mi objetivo me siento tan realizada que me da igual si el que me lo marcara no me lo reconoce. Ese momento es de los mejores que se pueden sentir.

Ese momento en el que quieres meter su nombre en todas las conversaciones, en el que ves el color de sus ojos en todas partes, en el que absolutamente todo te trae su recuerdo, en el que no te concentras en nada porque vuelve una y otra vez a tu pensamiento... Esos momentos te alertan de que tu corazón está ganando la batalla a la razón, de que vas a acabar dejandote llevar por los sentimientos.
Sin embargo, el momento definitivo es cuando esa persona que te conoce casi mejor que tú, se interpone entre la pantalla de tu móvil y tú y, al ver tus ojeras, fruto de desvelos soñando e imaginando mundos juntos; el brillo en tus ojos, característico de una emoción que no somos nunca capaces de expresar; y la clásica sonrisa, esa que solo aflora cuando estamos como atontados, te dice "sí que estás perdido, amigo". En ese momento, centras por un momento la mirada ceñuda en tu amigo y aunque respondes "¡qué va! No es para tanto", piensas "¡Cuánta razón tienes!" mientras vuelves a fijar la vista en tu pantalla. Y vuelves a sonreír.

Muchas gracias,
Lisístrata.

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